Cuando el pasado mes de diciembre el Sr.Abe fue elegido en las urnas niponas anunció un
paquete de medidas económicas para intentar neutralizar la constante situación de crisis que
sufre el país del sol naciente desde hace dos décadas; las herramientas principales con las que
pretende alcanzar su objetivo son la relajación del objetivo de inflación para el Banco Central
de Japón al 2% y la compra de bonos del estado hasta que se alcancen los targets marcados.
El primer efecto de estas medidas busca, en definitiva, rebajar los tipos de interés reales a una
cifra negativa; y en segundo lugar, devaluar el Yen (JPY) para beneficiar a sus exportadores.
¿Hasta qué punto es positivo este evento?
En primer lugar, y como ya sabe el propio ministro de economía japonés el Sr.Amari,
una depreciación del Yen facilitara la vida a sus exportadores, pero se la complicara a los
importadores de un país altamente dependiente en el subministro de energías y otros
productos. En un primer momento acabar con la espiral deflacionista que padece el país
parece una medida razonable a fin de incentivar el consumo, pero reflexionando debidamente
también parece evidente que el país se verá fuertemente presionado en sectores concretos y
estratégicos para su economía debido a la alza de los precios.
Dejando de lado cuestiones internas, las decisiones monetarias del Banco Central de Japón
también provoca tensiones en el ámbito internacional. La depreciación del Yen tiene
obligatoria contrapartida en la apreciación de otras monedas, entre ellas el Dólar (USD) y el
Euro (EUR). Si ya era conocida la tensión existente entre EEUU y China en relación al tipo de
cambio, parece ser que EEUU tiene un nuevo problema: desde octubre de 2012 el USD se ha
apreciado más de un 15% frente al JPY. Los exportadores americanos no están de fiesta, de
la misma manera que tampoco lo están otros principales socios comerciales de Japón, y los
gobiernos han empezado a responder con políticas monetarias dirigidas a devaluar la moneda
propia sin pensar en las consecuencias que puede tener esta maratón.
Este fenómeno fue calificado en 2010 por el ministro de finanzas brasileño Guido Mantega
como “guerra de divisas”; desde la perspectiva del escritor de este artículo el término guerra
está dotado de una sofisticación y estrategia de la que carece esta situación, y prefiere
calificarla como una pelea de niños en el patio del colegio. La mayor experiencia de guerra de
divisas o devaluaciones competitivas fue la vivida durante la segunda mitad del periodo de
entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial. Esta experiencia acabó forzando la fijación
del sistema de cambio fijo de Bretton Woods en 1945, cuyo resultado principal provocó la
imposibilidad de los países de tomar políticas monetarias autónomas y problemas con el ajuste
de las balanzas comerciales nacionales –si no que se lo explique la administración Nixon.
A pesar de la seriedad de la situación la zona Euro se ha mantenido al margen; la Sra.Merkel
está demasiado preocupada con la proximidad de las elecciones en Alemania y con su obsesión
de mantener la inflación baja. Con esta actitud el EUR no hace más que apreciarse en relación
a otras monedas, incluso contra el Franco Suizo, que dada su fortaleza en los años 2011 y
2012 provocó que el país alpino acumulara más reservas extranjeras que cualquier otro país.
La actitud de la zona Euro responde al intento de mantener los tipos de interés lo más altos
posibles durante el desarrollo de los planes de austeridad, aunque ello provoque una evidente
falta de estímulo a las economías nacionales de la unión monetaria.
Está pasividad de la zona euro contrasta fuertemente con la estrategia que están siguiendo
otros países que favorecen la devaluación como EEUU y Reino Unido; poco preocupados por la
inflación y dispuestos a imprimir todos los billetes necesarios, apoyándose en una política de
flexibilización cuantitativa.
Los distintos gobiernos, de la mano de sus respectivos Bancos Centrales, están inmersos en
una pelea sin sentido, el tipo de cambio se ha politizado y todo ello no hará más que dificultar
el comercio internacional, poniendo en peligro la débil recuperación de las economías
desarrolladas. Los países emergentes deben aceptar la realidad histórica: a medida que sus
economías se acercan a aquellas más desarrolladas sus monedas se fortalecen, punto en el
que deben buscar la competitividad en los procesos productivos, y no en una moneda débil.