Aunque recientemente han surgido varias incógnitas que reducen la visibilidad sobre las perspectivas, las últimas estadísticas publicadas reflejan un dinamismo de la economía americana que sigue siendo impresionante. Así, en la estela de unos indicadores regionales muy alentadores, el índice ISM industrial ha vuelto a avanzar hasta su máxima en 28 años. El ISM que mide la actividad del sector servicios también ha mejorado en febrero. El nivel actual de estos dos índices denota una expansión muy fuerte, con un crecimiento del PIB próximo al 4% interanual. La dinámica también es muy favorable, pues estos indicadores no han dejado de acelerarse durante los últimos meses, y los componentes de los mismos que permiten anticipar la actividad futura (como los nuevos pedidos) también han mejorado sensiblemente. Hasta ahora, esa dinámica favorable, que también confirma el resto de estadísticas, no conseguía reflejarse sin embargo en los datos mensuales de creación de empleo. Pero ahora, la práctica totalidad de los indicadores relacionados con el mercado laboral se inscribe en clara mejoría desde el otoño pasado. De hecho, la encuesta de población activa de febrero ha reducido un poco la divergencia creciente entre las estadísticas mensuales de contratación y otros indicadores del mercado laboral. Según esta encuesta, en febrero se crearon 192.000 empleos (222.000 en el sector privado), el dato más alto desde la primavera de 2010. La tasa de desempleo, por su parte, baja por tercer mes seguido y vuelve a situarse por debajo del 9%, cosa que no hacía en cerca de dos años.
Esta mejora en el frente del empleo era muy esperada, tanto por su carácter de validación final de la reactivación, como por su importancia para apoyar al consumo. Desde finales del año 2010, la disipación de los temores de recaída de la economía (y de reanudación del aumento del paro) ha permitido a los hogares ampliar sus gastos de consumo. Como consecuencia, las ventas al por menor han crecido sensiblemente, llegando a superar su pico de finales de 2007 en dólares corrientes. Si se mide en dólares constantes, aún no se ha remontado del todo la caída de 2008, pero la tendencia seguía siendo positiva hasta la aceleración del alza de los precios del petróleo a final de año.
Desde entonces el nivel real de las ventas permanece estancado, pues las subidas de precios (en especial de la energía) absorben el aumento del poder adquisitivo de los hogares. Esta situación ilustra la amenaza que planea actualmente sobre la economía americana, pero también mundial: la del mantenimiento de los precios del petróleo a un nivel tan alto que griparía la mecánica de la reactivación iniciada para 2011. En efecto, en Estados Unidos los precios de la gasolina se han disparado un 15% desde principios de febrero, con un impacto significativo en la renta disponible. Y además de las repercusiones “mecánicas” de esa evolución sobre la renta disponible, también hay que tener en cuenta el impacto psicológico. Las últimas encuestas de confianza revelan el sensible deterioro de la moral de los consumidores en marzo, muy acrecentado por las anticipaciones de inflación. Si los precios del petróleo retrocedieran durante las próximas semanas, ese impacto en la confianza y el consumo sería limitado y temporal. Pero si se mantiene el nivel actual, inevitablemente tendrá repercusiones en el crecimiento.
Eso es lo que ha llevado a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, a reiterar la postura del banco central. Y es que, a diferencia del Banco de Inglaterra o del BCE, la Fed actúa en función de su doble mandato de preservar la estabilidad de los precios y de garantizar una tasa de desempleo reducida. Contrariamente al BCE, la Fed no se puede concentrar exclusivamente en la tasa de inflación. Por ello, mantiene un sesgo muy acomodaticio para su política monetaria, mientras que los bancos centrales europeos ya empiezan a pensar en subir sus tipos de referencia.
Yasmina Barin, Analista de Banque Syz & Co.
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